Mañana cumpliremos la primera semana de la cuarentena decretada por el Gobierno para frenar el avance del virus en nuestro país, de modo que el sistema de salud esté en una mejor posición para atender a los afectados por el COVID-19. Si bien el Gobierno ha dado ésta y otras acertadas medidas para combatir la expansión del virus, la paralización de la economía por dos semanas – o más, según las autoridades dispongan – tendrá serios impactos negativos.
La disrupción en las economías de las familias y empresas de todo tamaño y sector (unos más que otros, por supuesto) recién está comenzando y cuando iniciemos el retorno a la normalidad, enfrentaremos un mundo en recesión y una altísima incertidumbre sobre futuras restricciones al funcionamiento de la economía.
En tal contexto, la respuesta de política económica debe ser rápida, temporal y enfocada, pero también fuerte. El objetivo debe ser que la contracción económica que viene para el Perú sea lo menos profunda posible y la recuperación lo más rápida y robusta.
Hasta ayer, las medidas fiscales de emergencia equivalían a algo menos de 0,5% del PBI. Este esfuerzo debe ser multiplicado en el muy corto plazo, cuatro o cinco veces, a través de un paquete coherente y completo que combine aumentos temporales y focalizados de gasto corriente y subsidios, transferencias monetarias o de bienes, reprogramaciones de pagos de impuestos, entre otros. El Ejecutivo ya ha venido dando medidas en todos estos frentes, pero se necesita más.
También será necesario que las medidas dadas por la Superintendencia de Banca y Seguros para facilitar la reprogramación de deudas se sigan complementando con las acciones del Banco Central de Reserva enfocadas en ampliar el acceso a la liquidez de las instituciones financieras. En este frente, es clave reducir el riesgo de caer en la combinación perversa del coronavirus, caída en el crecimiento económico y restricciones financieras. Si queremos que el regreso a la normalidad – que será difícil– sea lo más rápido posible, no debemos permitir que el COVID-19 quiebre las economías de familias y empresas.